MAPA DE AUSENCIAS - NADIEZDA ÁVILA, AULA DE MUEL
4 de enero de 1993. Un accidente devastador y mortal. Una llamada telefónica arrebató la feliz inocencia de Andy a sus 5 años. Su madre había muerto y su sino cambió para siempre. Desde ese instante llevaría en su vida una cicatriz invisible, profunda y eterna. De ese momento solo recordaría el dolor descomunal, el aturdimiento como si sobrenadara abismos y aquel trozo de presagio que vino sin saber muy bien de quién: “la pena le durará…” Aún no sabía que durante los siguientes años las pesadillas afiebradas que la acompañaban, incluso despierta, siempre, de alguna forma, terminarían evocando aquella frase incompleta, sintiendo que quizás allí estaba la respuesta de cuánto duraría el desconsuelo.
Desde aquel día el dolor dio paso a sombras, siluetas en fuga y rostros desdibujados por la tristeza. Una anestésica embriaguez constante envolvería al padre que añoraba a la compañera que nunca volvería. Andy y su hermano vivirían años de agónica incertidumbre, de miradas perdidas y platos vacíos. Subsistirían desamparados en la nebulosa de una orfandad irreversible. Vivirían al amparo de una vida desbocada, llena de angustia y humedad, donde las gotas de lluvia que se filtraban ferozmente por su techo, abrazarían constantemente el diluvio emocional que los acompañaría durante tantos años.
El tiempo, con su vuelo callado extendió sus alas. Andy despertó de su aletargado cautiverio en brazos del primer amor. Acompañada además por las mariposas que tanto la ayudaban a volar lejos de su dolor, floreció. Entendió para qué había servido el dolor perenne de su espíritu, comprendió que los matices de su esencia se habían vuelto más intensos porque había aprendido a vivir desde la ausencia y hacer presentes las cosas más importantes de la vida. Un día cualquiera de lucidez reposada, mirando el horizonte desentrañó con pasmosa claridad aquella frase incompleta: “la pena le durará sólo hasta que cierre los ojos para siempre”.
Era el 4 de enero de 2023, 30 años habían pasado y el vacío seguía allí, pero había aprendido a convertir el dolor en amor, la sombra en luz, y las cicatrices del alma, en un mapa de esperanza camino a la verdadera felicidad.
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