EL ÁNGEL BLANCO - CHELO ARTIGAS, AULA DE LONGARES
EL ÁNGEL BLANCO
Soy Carolina Gómez de Heredia, quinta generación de los duques de Pértiga, tengo ojos verdes, pelo negro azabache y piel blanco nuclear.
Uso sombrero de paja de ala ancha, regalo de mi madre, que me da este aire tan señorial y esta fuerza interior heredada.
Me destrozo las uñas, las manos y tal vez mis pensamientos en el tallado de mi última y maravillosa escultura de mármol blanco. “Mi Ángel blanco”.
El cincel y el martillo cada vez se me hacen más pesados, mis brazos pesan 100 kilos, y cada golpe de martillo, resuena en mi cabeza martirizándome, como si tuviera una taladradora dentro de mi pabellón auditivo.
Revivo los recuerdos de mi niñez correteando y jugando por los laberintos del jardín de mis abuelos y de mis pensamientos, y me visualizo cantando a escondidas la canción preferida de mi madre.
Tengo una muñeca vestida de azul, con su camiseta y su canesú, la saqué a paseo y se me constipó…
Llaman a la puerta de mi estudio. Es Ernesto, mi mentor, un hombre bien parecido, barba rojiza larga, puntiaguda, cuidada hasta el infinito.
Hola Carolina, ¿cómo estás? Bien Ernesto, siéntate junto a mí, ni cerca ni lejos, lo justo para que no te pueda alcanzar ningún pedazo de mármol.
Ya veo que lo tienes casi terminado “El Ángel blanco”.
Con cara triste Ernesto me dice “es precioso, desprende luz”. Tiene las manos tan bonitas, esos dedos transparentes, esa sonrisa tan delicada, es digna de un Miguel Ángel o un Leonardo Da Vinci.
Guardamos un minuto de silencio y seguidamente me preguntó,
-“Carolina, ¿tienes todo el dispositivo de la bomba atómica dentro?”
Sí, Ernesto, nos iremos todos al carajo justo cuando el señor Trump coloque el Ángel en la columna de alabastro de su despacho.
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